Germán Orizaola tendría que estar preparando su próximo viaje a Chernóbil. En los últimos años, este científico del Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB, centro del CSIC, la Universidad de Oviedo y el Principado de Asturias) ha estudiado cómo, a pesar de la radiactividad, la vida se recupera en los alrededores de la central ucraniana que sufrió el mayor desastre nuclear de la historia. Ahora teme que la guerra le impida volver en mucho tiempo. En cambio, desde la península Ibérica ha podido observar estos días otro fenómeno, con mucha menor trascendencia, aunque también muy inusual, que más de uno ha incluido en la lista de sucesos apocalípticos que nos sobresaltan en los últimos tiempos: el polvo del Sáhara que ha invadido la atmósfera y se ha depositado en nuestras calles. El extraño evento meteorológico ha hecho que surja un nuevo proyecto científico exprés que ya ha movilizado a decenas de personas por toda España a partir de una idea: ¿y si analizamos la radiactividad del material que nos ha traído la calima?

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