El desarrollo de tecnologías que minimicen el impacto de la actividad humana en el ecosistema.
Mercedes Díaz Somoano es licenciada y doctora en química por la Universidad de Oviedo. Desarrolló el trabajo para su tesis en el Instituto de Ciencia y Tecnología del Carbono (Incar). Realizó una estancia postdoctoral de dos años en la Universidad de Stuttgart (Alemania) con una beca Marie Curie. En 2004 se reincorporó al Incar-CSIC, donde ahora es responsable del grupo de Metales y Medio Ambiente y vicedirectora de Programación, Seguimiento y Divulgación Científica.
Términos como cambio climático, contaminación medioambiental, reciclaje o tratamiento de residuos pueden parecer relativamente nuevos. En cambio, la preocupación por el medio ambiente en la comunidad científica existe desde hace mucho tiempo, y a lo largo de los años se ha realizado un esfuerzo enorme, tanto en la evaluación del impacto que tiene la actividad humana sobre el medio ambiente, como en el desarrollo de tecnologías que permitan su minimización.
La Primera Revolución Industrial iniciada en el siglo XVIII ha marcado un punto de inflexión en la historia de la humanidad y ha desencadenado una serie de cambios económicos, sociológicos, tecnológicos y culturales muy positivos, pero que traen aparejados otros cambios no tan deseados, como son los problemas medioambientales derivados de la contaminación del aire, el suelo y el agua.
En el año 1952, la llegada de un invierno especialmente frío y el abuso de las calefacciones alimentadas con carbón de baja calidad, rico en azufre, junto con las condiciones meteorológicas, agudizaron la acumulación de humo y partículas en el aire. El azufre y las partículas de ácido sulfúrico fueron los contaminantes responsables de la muerte de 12.000 personas. En esta misma década, el extraño comportamiento de los gatos en la Bahía de Minamata (Japón), que convulsionaban sin motivo y se tiraban al mar donde resultaban ahogados, alertó de un brote de una enfermedad que trascendería con el nombre de enfermedad de Minamata (más de 2.500 afectados), causada por envenenamiento con metilmercurio debido al vertido al mar de las aguas residuales de una empresa petroquímica de la región, que entre 1932 y 1968 vertió en esa bahía unas 27 toneladas de compuestos de mercurio. En 1976, en la localidad de Seveso (Italia), una nube de dioxinas originada por un accidente en una planta química enfermó a más de 2.000 personas, mientras que cerca de 3.000 muertos y medio millón de enfermos ha sido el saldo de una fuga de isocianato de metilo en una fábrica de plaguicidas en Bhopal (India) en el año 1984. Muy conocido es también el accidente ocurrido en una planta nuclear en la ciudad ucraniana de Chernóbil en el año 1986. La explosión de un reactor de la central durante la realización de una prueba de control provocó la muerte directa de 31 personas y generó la emisión de grandes cantidades de radiación y material tóxico. Empujada por los vientos esta nube radiactiva se adentró en Europa ocasionando la muerte de entre 5.000 y 90.000 personas.
Todos estos grandes desastres ocurridos a lo largo de la historia son responsables, no sólo de provocar miles de muertes y afectar a la salud de millones de personas, sino también de ocasionar daños irreparables en el ecosistema, cuyos efectos perduran a día de hoy y que los científicos y las científicas tratamos de restablecer.
Mi carrera investigadora se inicia en el Instituto de Ciencia y Tecnología de Carbono, Incar, denominado por aquel entonces Instituto Nacional del Carbón. Aún recuerdo el momento en el que entregaba a la profesora Elena Andrés García las hojas con las respuestas de mi último examen para la licenciatura de química, especialidad química analítica, y me dijo “en el Incar están buscando candidatos para una beca predoctoral. Creo que serías buena candidata. Piénsalo y, si te animas, te doy la información de contacto para una entrevista personal”. No tuve que pensarlo mucho y respondí en el momento. Siempre me había llamado la atención el mundo de la investigación, pero nunca pensé que se me pudiera presentar la oportunidad de adentrarme en él, de un modo tan casual. Desde el inicio, mi trabajo de investigación ha estado relacionado con la eliminación de compuestos tóxicos y la reducción del impacto medioambiental de las emisiones de contaminantes relacionadas con actividades industriales. Durante mi tesis evalué diferentes sólidos naturales y subproductos industriales como candidatos para la eliminación de contaminantes gaseosos metálicos de los gases producidos en la gasificación del carbón. Durante mi estancia en Alemania comencé a trabajar en la reducción de emisiones de mercurio, elemento de especial interés por su toxicidad, volatilidad y capacidad bioacumulación y biomagnificación en la cadena trófica. El programa Marie Curie que financiaba mi etapa postdoctoral en Alemania, ofrecía la posibilidad de retornar al país de origen con un proyecto para continuar con la línea de investigación desarrollada en el extranjero. A mi regreso al Incar continué trabajando en la reducción de emisiones gaseosas de mercurio y en este campo de trabajo se desarrollaron las primeras tesis doctorales que he codirigido. Durante estos años participé en proyectos de investigación para el desarrollo de materiales sólidos para inyectar en una corriente de gas y capturar el mercurio gaseoso, mejorar los sólidos comerciales para este fin y explicar los mecanismos de interacción que intervienen en el proceso. Algunos de los materiales estudiados en el grupo de investigación a escala de laboratorio se ensayaron también en plantas industriales con resultados muy prometedores. Mis líneas de investigación han ido evolucionando y adaptándose a los nuevos retos de la ciencia y necesidades del sector industrial en el área del medio ambiente. Por ello, en los últimos años, mi trabajo se ha ido orientando hacia la mejora de productos para aplicaciones avanzadas como puede ser la capacidad de eliminar diferentes contaminantes gaseosos de forma simultánea o el desarrollo de materiales sostenibles para el tratamiento de aguas y suelos contaminados por actividades industriales. Desde hace siete años soy responsable del grupo de Metales y Medio Ambiente y Vicedirectora de Programación, Seguimiento y Divulgación Científica en el Incar.
En todos estos años de carrera científica he trabajado con distintos grupos de investigación y en distintos países (España, Alemania, Reino Unido, China…). Unos grupos eran dirigidos por hombres y otros por mujeres, con mayor o menor número de mujeres como integrantes de los grupos, pero siempre había mujeres. He aprendido la importancia del trabajo en equipo y la complementariedad de conocimientos, así como el valor de la constancia y la tenacidad. Todas ellas son cualidades que se encuentran tanto en hombres como en mujeres. Así que aprovecho estas líneas para animar a esas niñas con inquietudes científicas a que se decidan a caminar por la senda de la ciencia con seguridad y confianza. Cada día aparecen nuevos retos científicos para alcanzar y aún grandes logros científicos están por llegar.
Por último, no quiero dejar de agradecer la paciencia y el apoyo que he recibido a lo largo de estos años por parte de mis tutores, directores y compañeros, pero en especial de mi familia, mis padres y hermanas.